PÁGINA 11: VIVIR EN EL PUEBLO

12/4/19

Hace un par de días que tuve esa sensación, la de formar parte de un lugar, así sea por poco tiempo. Ya saber donde está todo, como se llaman las personas, que hace cada uno, que todos me conozcan, tener gente mas cercana, tener una actividad, no mirar ningún mapa para llegar a donde haya que ir, saber el precio del pan, del café, tener un bar preferido -My Way, todo el día con su swing y su jazz-, un paseo preferido -por donde se va el Camino-, algunas rutinas...




Una de las cosas que más me gusta de este lugar es estar viviendo en un edificio medieval y poder estar en todos sus rincones, incluyendo la iglesia gótica.

A veces cuando vengo por la calle principal o cuando salgo del bar que está justo enfrente, en lugar de dar la vuelta para entrar por la puerta del albergue entro por la iglesia. Entonces empujo la puerta lateral de madera, entro en la nave a media luz, miro hacia arriba a sus altas bóvedas de crucería, me acerco por la izquierda al retablo mayor dedicado a los Santos Juanes para descubrir la expresión de otra de sus figuras, doy la vuelta, bajo del altar, camino por la nave central y miro hacia arriba, al coro con su rosetón. A su derecha hay una escalerita de piedra, empiezo a subir y los escalones cambian de piedra a madera. Arriba en el coro, a veces aprovecho para reemplazar las velas que usamos durante la reflexión de la noche, pero muchas veces vengo con pan en las manos y entonces sigo directo. Abro la puertita de madera maciza casi escondida en un arco de medio punto para llegar a una antesala muy chiquita con una segunda puerta. La abro y ya estoy en el albergue, subo al comedor y a la cocina, donde siempre hay alguno de los que estamos trabajando ahí. Y entonces es lo mismo que estar en casa.
A veces me quedo mirando la iglesia y pienso en la fascinación que tenía por los edificios  góticos cuando los estudiaba en la facultad, las ansias que tenía de verlos y tocarlos, y hoy uno de ellos es parte de mi historia.

El trabajo en el albergue es bueno, aunque como todo tiene sus cosas no tan agradables. Hay peregrinos que vienen bien predispuestos entendiendo a donde vienen, que este es un espacio comunitario donde todos hacemos algo. En cambio hay otros que vienen exigiendo servicio en todo momento y además después ni se dignan a aportar ningún donativo, quieren un hotel 5 estrellas gratuito, y aunque me encantaría decir que son los menos, son muchos. Pero en fin, los que importan son los buenos, que cuando están hacen un ambiente hermoso que se recuerda. Por ejemplo, el miércoles llegó un grupo grande, de unos 22 peregrinos. Había muchos italianos (entre muchas otras nacionalidades), y uno de ellos, Filippo, tocaba la guitarra y cantaba. Pero no sólo eso, también cocinaba y, como si fuera poco, era cura. Asique a la hora de la misa compartió el servicio con Narciso (el curita nuestro). Fue genial verlo transformarse de un rol al otro, y ni hablar que la pasta que hizo estaba increíble.

Narciso es de lo más simpático, tranquilo pero charlatán y nos llevamos bien. Viene a visitar todos los días a los que hayan llegado y les charla sin parar, aunque ellos lo entiendan o no, porque Narciso habla sólo español y no parece serle imprescindible que le contesten. A veces me pide que le haga de traductora, pero si no estoy, no le importa hablar sólo.

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EL CUADERNO DE COMPOSTELA Es un blog de Ana Laura Desimone. © | Maira Gall.